sábado, 22 de diciembre de 2012

Dolor de ciudad

Hay días en que duele la ciudad. Es inevitable sentir sin sabor cuando se sabe que por calles donde han transcurrido balas y droga, también pasan y han pasado personas, ilusiones, anhelos y momentos bellos. Es triste saber que muchos quieren servir a su comunidad y por culpa de unos cuantos que han cogido un mando, que se creen dueño de vidas ajenas; de sueños ajenos, acaben todo en un abrir y cerrar de ojos. 

Me duele, me duele por lo que he oído, lo que he visto, por lo que pude vivir y por historias muy cercanas a mí. Porque en un tiempo, así no fuera exactamente mi barrio, así no fuera mi realidad, mi corazón latía solidariamente y quería hacer muchas cosas por los demás, y fue ahí, a mis 16 años cuando me arriesgue y me puse la camiseta blanca para luchar por un pedacito de mi ciudad. Lo que me empujaba eran las sonrisas de los niños cuando veían llegar a ese grupo de personas caminando con juguetes en mano y ganas en el corazón para arrebatarlos así fuera por unos minutos de su realidad, y como olvidar a esas madres agradecidas que entre carcajadas decían "no se vayan de aquí". Eso y más, era lo que nos hacía feliz.

Pasaba días y noches con mis amigos  buscando que actividades hacer, imaginándonos cómo serían las fechas especiales y buscando un lugar para las actividades; posiblemente alguna escuela o cancha de la ciudad. Los 23 y 24 de diciembre, fechas para compartir con los nuestros; ya no eran tan nuestros, era una fecha para compartir con otras personas. Seis de la mañana, tres de la tarde, nueva de la noche y nuestras ganas seguían en pie. Mientras tanto, natilla, buñuelos, villancicos, bailes y risas invadían a nuestra familia, pero nosotros seguíamos lejos de ellos, solo porque queríamos seguir disfrutando 
de esas familias humildes en estrato,
 pero totalmente ricas en espíritu.  

Así pasaron muchas fiestas y fechas más. Ir por ayuda, buscar recursos, pedir, dar; todo por la mejor recompensa: una sonrisa. Pero tanto la de ellos como la de nosotros se fue desvaneciendo, por la llegada de los llamados "duros" que nunca supe quiénes eran, pero que ahí estaban, me di cuenta de ellos porque disgustos,llanto, balas y fronteras invisibles aparecieron con su presencia. Nada que hacer, por culpa de muchos de ellos quedamos incompletos y ya muchos no pudimos volver. Igual, también sentimos miedo. 

Muchas veces me siento a recordar y pienso en los amigos y personas que conocí con la misma visión, ganas y altruismo, muchos ya no están aquí, unos porque no quisieron y otros porque nos les dio tiempo para salir del conflicto y/o de ese peligro que asecha a algunos lugares de nuestra Medellín. Ni culparlos,  el sentimiento por la gente no es tan fácil dejarlo ir. Muchos de nuestros líderes, muchos que hacen todo para salir de los malos pasos y otros para luchar por su barrio, dejaron hasta la última gota de sudor y ganas en enfrentamientos sin explicación; y más que su mancha de sangre en las calles de la ciudad, nos dejaron recuerdo, legados e ilusiones.

Y hace pocos meses me enteré por un periódico de la ciudad que un rapero, un popular rapero de una comuna afectada por la violencia, cuyo barrio y personaje tuve la oportunidad de conocer; apagó sus cantos por la guerra. Duele saber que los líderes terminen así. Saber que el sentido de muchos es luchar por el bienestar de la comunidad, es pensar en una ciudad mejor...Duele que acaben no solo con las ilusiones de ellos, sino con la de todos los que queremos y luchamos en nuestra forma por lo mismo. Duele tener que renunciar a ayudar solo por el miedo a tantas amenazas y cosas de esté nivel. Duele el saber que cayeron en la misma ley a la que muchos líderes en este caso raperos le cantaron “la de los violentos y la calle”…
 

De verdad, duele la ciudad