Hay días
en que duele la ciudad. Es inevitable sentir sin sabor cuando se
sabe que por calles donde han transcurrido balas y droga, también pasan y han
pasado personas, ilusiones, anhelos y momentos bellos.
Es triste saber que muchos quieren servir a su comunidad y por culpa
de unos cuantos que han cogido un mando, que se creen dueño de vidas ajenas; de
sueños ajenos, acaben todo en un abrir y cerrar de ojos.
Me duele, me duele por lo
que he oído, lo que he visto, por lo que pude vivir y por historias
muy cercanas a mí. Porque en un tiempo, así no fuera exactamente mi
barrio, así no fuera mi realidad, mi corazón latía
solidariamente y quería hacer muchas cosas por los demás, y fue
ahí, a mis 16 años cuando me arriesgue y me puse la camiseta blanca
para luchar por un pedacito de mi ciudad. Lo que me empujaba eran las sonrisas
de los niños cuando veían llegar a ese grupo de personas caminando con
juguetes en mano y ganas en el corazón para arrebatarlos así fuera por unos minutos
de su realidad, y como olvidar a esas madres agradecidas que entre
carcajadas decían "no se vayan de aquí". Eso y más, era lo
que nos hacía feliz.
Pasaba días y
noches con mis amigos buscando que actividades hacer, imaginándonos cómo serían
las fechas especiales y buscando un lugar para las actividades; posiblemente
alguna escuela o cancha de la ciudad. Los 23 y 24 de diciembre, fechas para
compartir con los nuestros; ya no eran tan nuestros, era una fecha para
compartir con otras personas. Seis de la mañana, tres de la tarde, nueva de la
noche y nuestras ganas seguían en pie. Mientras tanto, natilla,
buñuelos, villancicos, bailes y risas invadían a nuestra familia, pero nosotros
seguíamos lejos de ellos, solo porque queríamos seguir disfrutando
pero totalmente ricas en espíritu.
Así pasaron muchas
fiestas y fechas más. Ir por ayuda, buscar recursos, pedir, dar; todo por la
mejor recompensa: una sonrisa. Pero tanto la de ellos como la de nosotros
se fue desvaneciendo, por la llegada de los llamados "duros" que
nunca supe quiénes eran, pero que ahí estaban, me di cuenta de ellos
porque disgustos,llanto, balas y fronteras invisibles aparecieron con su presencia.
Nada que hacer, por culpa de muchos de ellos quedamos incompletos y ya muchos
no pudimos volver. Igual, también sentimos miedo.
Muchas veces me siento a
recordar y pienso en los amigos y personas que conocí con la misma visión,
ganas y altruismo, muchos ya no están aquí, unos porque no quisieron y
otros porque nos les dio tiempo para salir del conflicto y/o de ese peligro que
asecha a algunos lugares de nuestra Medellín. Ni culparlos, el
sentimiento por la gente no es tan fácil dejarlo ir. Muchos
de nuestros líderes, muchos que hacen todo para salir de los malos
pasos y otros para luchar por su barrio, dejaron hasta la última gota
de sudor y ganas en enfrentamientos sin explicación; y más que su mancha de
sangre en las calles de la ciudad, nos dejaron recuerdo, legados e ilusiones.
Y hace pocos meses me
enteré por un periódico de la ciudad que un rapero, un popular rapero
de una comuna afectada por la violencia, cuyo barrio y personaje tuve la
oportunidad de conocer; apagó sus cantos por la guerra. Duele saber que los
líderes terminen así. Saber que el sentido de muchos es luchar por el bienestar
de la comunidad, es pensar en una ciudad mejor...Duele que acaben no solo con
las ilusiones de ellos, sino con la de todos los que queremos y luchamos en
nuestra forma por lo mismo. Duele tener que renunciar a ayudar solo por el
miedo a tantas amenazas y cosas de esté nivel. Duele el saber que cayeron en la
misma ley a la que muchos líderes en este caso raperos le cantaron “la de los
violentos y la calle”…
De verdad, duele la
ciudad
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