En los años 80 en la ciudad de Medellín
se hablaba de droga, se veía correr gente y sangre por causa de la violencia
urbana. La larga lista de muertos producto por confrontaciones entre combos no
murió con Pablo Escobar. El narcotráfico sigue siendo una realidad entre las
bandas y milicias de las comunas, que
renacen como nueva generación armada dedicada a traficar, proteger y dirigir
jóvenes sicarios.
Los habitantes de las comunas, aunque viven rodeados de familiares y
amistades, no respiran la tranquilidad
que se espera. Los barrios que conocían y disfrutaban en ambiente sereno donde los
niños se dedicaban a jugar y los adultos a pasear; se les ha obligado a cambiar los juguetes y recreaciones
callejeras por armas, para ser asechados por una violencia sin causa. Los rumores de los
enfrentamientos en los barrio se descubren a cada instante y los avances de las
fuerzas armadas ilegales cogen cada vez más ventaja, así calle a calle de los
barrio se ven invadidas de temor.
Los jóvenes empezaron a vender y consumir droga para luego convertirse
en los lideres que cuidan el sector formado milicias; lo más común es que sean
integrantes de una misma familia, para así cuidarse la espalda más fácilmente.
En una conversación que entablé con un caballero, habitante de una
comuna del Suroeste de la ciudad, habla
de su barrio con tristeza y más por ver a jóvenes y niños que se levantaron en
la comuna, siendo parte de organizaciones, y acabando con tantas sonrisas
amables del sector o de aledaños.
En algunas comunas aunque calmadas
por ratos hay ojos que vigilan sin parpadear, preguntas sin respuestas de los
habitantes de un barrio que quiere paz, fronteras que no existen y patrullas
sin uniforme que mandan y quieren hacer justica por su propia ley. Se vive
incertidumbre hasta en el transporte público donde hay retenes a diario por
causa de una vacuna y unas fronteras invisibles absurdas, revisando en cada
viaje de buses y taxis que nadie entre a su territorio camuflado.
La violencia no solo son armas y balas;
son extorsiones, miradas acusantes, negocios entre manos y un pasado que no es
fácil de borrar de las mentes en un barrio rodeado de casitas coloridas y
fachadas en obra negra de habitantes empujados por la necesidad, pero retenidos
en una realidad intensa.
La guerra entre bandos está encendida y
eso para ningún habitante de la ciudad de Medellín es un secreto. En algunos rincones como en la
comuna 8, la comuna 13; entre otras, hay días que no solo son grises por la
lluvia, sino por las lágrimas de
personas con alma, con corazón, que son víctimas de una violencia sin causa. Violencia
que cada vez más, acaba con nuestras mentes y nuestras almas. Porque en esta
realidad y con las llamadas “fronteras invisibles”, que ahora son tan marcadas
en los barrio ya no se cumple eso "del que nada debe nada teme" aquí
son muchos los que no deben, pero todos son los que temen por errores de
algunos, imaginarios de otros, deudas familiares y sed de venganza de individuos que no sienten nada.
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